A simple vista es una casa de ricos como cualquier otra,
pero si la miras con atención, verás detalles que te inducirán a saber cómo son
las personas que la habitan. Es un matrimonio convencional, como muchos, de
aquellos que llevan juntos toda la vida y que, salvo que les llegue el momento,
acabaran juntos.
Se conocieron de jóvenes. Luisa era una chica de buena
familia, alegre y divertida. Javier, de procedencia algo más humilde, estudiaba
medicina. Fue en una fiesta de la facultad que él la vió y, desde entonces, no
pudo escapar al embrujo de sus ojillos chispeantes y su gran sonrisa. Y así fue
como una cosa llevó a otra y empezaron a salir juntos. Un buen día, después de
los años de noviazgo de rigor, se casaron y dos años después tuvieron un hijo,
Marcelo.
De eso hace ya mucho tiempo y en todos estos años han
pasado muchas cosas. Murieron los padres de ambos, Marcelo se fue a estudiar
astronomía a los Estados Unidos, se casó con una americana y se quedó allí a
vivir. Apenas ve a sus padres, como máximo una vez al año y siempre
aprovechando un viaje de negocios. Finalmente, Luisa y Javier se trasladaron a
vivir a esta casa que habia sido de la familia de Luisa toda la vida.
Aquí, han envejecido, casi sin notarlo. Año tras año, repitiendo
las mismas rutinas. Cada día, excepto en los períodos de vacaciones, Javier
sale con su coche hacia el hospital, donde ya es jefe de departamento y regresa
cuando ya ha anochecido. Luisa se queda prácticamente sola en el caseron, una
cocinera viene cada día para organitzar el tema de la comida y la compra, así
como una mujer que limpia y el jardinero, pero para ella, es como si no
existieran. Parapetada en el ala de la casa que utilizan, aquella donde toca el
Sol, reinventa la seva vida una y otra vez, delante del espejo. Hoy por ejemplo,
le ha dado por creer que es una actriz atractiva de Hollywood y se ha vestido
de rojo, se ha pintado la cara, los labios con una sonrisa de payaso y luce
unos pendientes largos de fiesta que heredó de su abuela. Ataviada de semejante
forma, ha pasado horas delante del espejo de la habitación, bailando, haciendo
poses y fumando, mientras escucha en el gramófono Au café du temps perdú.
Así pasan las horas y llega la noche. Javier regresa como
cada día. La casa está en silencio, con los ruidos habituales del reloj del
salón y un el leve siseo que emite el gramófono cuando llega al final del disco
sin que nadie lo pare. Entra en la habitación, deja el abrigo, la chaqueta, se
quita los zapatos y se pone la chaqueta de lana y las zapatillas. Cuando se
gira hacia la zona de dormir, la ve allí, como dormida, caída sobre la cama.
Casi sin emoción, se aproxima a ella para cerrarle los ojos, después llama a la
ambulancia y a Marcelo.
Todo ha ido muy rápido y sin sorpresas. Ahora, una semana
después, Javier está sentado en la cama donde encontró a Luisa. Hoy es lunes
pero no irá a trabajar a l’hospital, no sabe como ni cuándo pero ha tomado la
decisión de no volver más. A medio vestir, con la chaqueta de lana encima del
pijama y las zapatillas, se acerca al gramófono donde todavía esta el último
disco escuchado por Luisa. Casi como si de un gesto automático se tratara lo
pone en marcha, cierra los ojos y escucha. Cuando acaba, se dirige al armario
para acabar de vestirse y calzarse para salir a la calle. Tiene prisa, coge lo
imprescindible y empieza andar sin mirar atrás, pasando rápido por el jardín
romántico i cerrando aquellas puertas que nunca más volverá a abrir.
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