diumenge, 4 de novembre del 2012

Detrás de unas puertas


A simple vista es una casa de ricos como cualquier otra, pero si la miras con atención, verás detalles que te inducirán a saber cómo son las personas que la habitan. Es un matrimonio convencional, como muchos, de aquellos que llevan juntos toda la vida y que, salvo que les llegue el momento, acabaran juntos.

Se conocieron de jóvenes. Luisa era una chica de buena familia, alegre y divertida. Javier, de procedencia algo más humilde, estudiaba medicina. Fue en una fiesta de la facultad que él la vió y, desde entonces, no pudo escapar al embrujo de sus ojillos chispeantes y su gran sonrisa. Y así fue como una cosa llevó a otra y empezaron a salir juntos. Un buen día, después de los años de noviazgo de rigor, se casaron y dos años después tuvieron un hijo, Marcelo.

De eso hace ya mucho tiempo y en todos estos años han pasado muchas cosas. Murieron los padres de ambos, Marcelo se fue a estudiar astronomía a los Estados Unidos, se casó con una americana y se quedó allí a vivir. Apenas ve a sus padres, como máximo una vez al año y siempre aprovechando un viaje de negocios. Finalmente, Luisa y Javier se trasladaron a vivir a esta casa que habia sido de la familia de Luisa toda la vida. 

Aquí, han envejecido, casi sin notarlo. Año tras año, repitiendo las mismas rutinas. Cada día, excepto en los períodos de vacaciones, Javier sale con su coche hacia el hospital, donde ya es jefe de departamento y regresa cuando ya ha anochecido. Luisa se queda prácticamente sola en el caseron, una cocinera viene cada día para organitzar el tema de la comida y la compra, así como una mujer que limpia y el jardinero, pero para ella, es como si no existieran. Parapetada en el ala de la casa que utilizan, aquella donde toca el Sol, reinventa la seva vida una y otra vez, delante del espejo. Hoy por ejemplo, le ha dado por creer que es una actriz atractiva de Hollywood y se ha vestido de rojo, se ha pintado la cara, los labios con una sonrisa de payaso y luce unos pendientes largos de fiesta que heredó de su abuela. Ataviada de semejante forma, ha pasado horas delante del espejo de la habitación, bailando, haciendo poses y fumando, mientras escucha en el gramófono Au café du temps perdú.

Así pasan las horas y llega la noche. Javier regresa como cada día. La casa está en silencio, con los ruidos habituales del reloj del salón y un el leve siseo que emite el gramófono cuando llega al final del disco sin que nadie lo pare. Entra en la habitación, deja el abrigo, la chaqueta, se quita los zapatos y se pone la chaqueta de lana y las zapatillas. Cuando se gira hacia la zona de dormir, la ve allí, como dormida, caída sobre la cama. Casi sin emoción, se aproxima a ella para cerrarle los ojos, después llama a la ambulancia y a Marcelo.

Todo ha ido muy rápido y sin sorpresas. Ahora, una semana después, Javier está sentado en la cama donde encontró a Luisa. Hoy es lunes pero no irá a trabajar a l’hospital, no sabe como ni cuándo pero ha tomado la decisión de no volver más. A medio vestir, con la chaqueta de lana encima del pijama y las zapatillas, se acerca al gramófono donde todavía esta el último disco escuchado por Luisa. Casi como si de un gesto automático se tratara lo pone en marcha, cierra los ojos y escucha. Cuando acaba, se dirige al armario para acabar de vestirse y calzarse para salir a la calle. Tiene prisa, coge lo imprescindible y empieza andar sin mirar atrás, pasando rápido por el jardín romántico i cerrando aquellas puertas que nunca más volverá a abrir.